Reflexionando sobre la masa madre
Me gusta hacer pan.
Me gusta probar con distintos amasados, con distintas harinas, con distintos tiempos de cocción.
La mitad de las veces me queda regulín, es lo que tiene experimentar, pero afortunadamente en casa no me ponen muchas pegas.
No hago con frecuencia panes muy chulos, de esos que merece la pena compartir en Instagram, pero hago pan normal todas las semanas.
Pan casero, con sabor y que dura en perfectas condiciones varios días.
Me resulta más práctico que acercarme a la panadería a diario. Sí, creo que incluso ahorro tiempo haciendo el pan en casa.
Al principio utilizaba levadura comercial.
Hice algunos intentos con la masa madre, pero tardé en pillarle el truco.
Una de las cosas que más se meten conmigo es la cantidad de desperdicio que hay si sigues las instrucciones a rajatabla y descartas masa todos los días al hacer el refresco. ¡No me gusta tirar nada!
Luego aprendí eso de que la masa se puede refrigerar (o incluso congelar) y revivirla más tarde. Fue la solución a mis dilemas morales.
Pero, oh, mi masa madre está desde entonces un tanto apagada.
Sí, un par de refrescos hacen que reviva, pero…
El caso es que el viernes pasado publican en Directo al Paladar una entrevista a Francisco Migoya, panadero y coautor de un libro enciclopédico llamado Modernist Bread.
La entrevista es toda ella interesante, pero hay en particular un comentario que me hace replantearme mis panes semanales:
O las guardan en su refrigerador, pero si la guardas en tu refrigerador y la encuentras con una película de agua en la superficie esa masa madre ya no existe, está muerta por completo. Para reanimarla ¿qué hacemos? Le ponemos más agua y harina. Pero lo que estás haciendo es empezar de cero. Y eso no tiene nada de malo.
Pues eso es lo que me ha hecho reflexionar.
Porque me suena muy lógico, y encaja perfectamente y mis propias observaciones de mi masa madre, en mis peros.
Así que han despertado mi curiosidad panera de nuevo, y toca volver un paso a atrás para experimentar con mi masa madre.
Para intentar hacerla sin desperdicios (la comida no se tira, siempre me lo dijo mi mamá) pero sin depender de la refrigeración para mantenerla «viva».
Y si logro alcanzar la iluminación, ¡ya os lo contaré!
Imágen del libro Modernist Bread. Fuente: Amazon.es
Yo utilizaba mucha masa madre cuando empecé a hacer pan, pero llegó un momento en el que controlarla se me hizo muy cuesta arriba. Los refrescos, bajar la acidez…así que volví a la levadura fresca. ¡Y tan feliz!
Mi caso es el contrario. Al principio me daba mucha pereza. Además era muy habitual que no estuviese en casa el fin de semana y quería hacer pan el lunes, así que no me convenía por horarios.
Por eso prefería la levadura fresca, que funciona genial y hoy en día se consigue muy fácilmente. (Con la levadura seca nunca me entendí tan bien, y eso que es practiquísima porque puedes tenerla en casa con antelación.)
Ahora en cambio encaja más con mi ritmo de vida.
Y reconozco que este tipo de cosas me encanta, el ir probando, experimentando, aunque el resultado no sea siempre perfecto.
Pero, vamos, no reniego de nada.
Hubo incluso una año en el que no hice pan, lo compraba a diario, porque me coincidía que pasaba por delante de una (buena) panadería cuando recogía al peque.
Para mí la logística doméstica es fundamental.